sábado, 19 de marzo de 2011

Morriña andaluza

Sentir esa brisa en la cara. Respirar profundamente. Y mirarlo. Estoy en casa.
Parece mentira lo mucho que puedes llegar a echar en falta pequeñas cosas que en el día a día no les das la menor importancia, pero cuando pasas bastante tiempo lejos de ellas..
Contemplamos un momento más ese gran Mar Mediterráneo que nos saluda, y nos acercamos al pequeño chiringuito, que no ha cambiado nada. Los mismos camareros, que nos saludan alegremente y que nos ofrecen ese pescaíto frito que tanto añoro.. todo acompañado de unas cervecitas y de un cálido sol. Hace la temperatura perfecta y las horas se pasan rápido mientras nos ponemos al día de todo.
Él se levanta, se pone sus rayban y con una sonrisa en la cara me dice "¿Volamos un rato?" ofreciéndome un casco. Yo sin pensarlo dos veces lo sigo hasta esa preciosa moto. Me subo detrás de él, lo abrazo por la cintura y cierro los ojos. Es la mejor sensación del mundo. Ojalá no acabara nunca. El Paseo Marítimo, ese olor a mar que te inunda los pulmones, y sobretodo esa sensación de libertad. El viento en tu cara y no puedes dejar de sonreír. Málaga, mi Málaga.
Él me mira a través del espejo retrovisor y me sonríe. Es una de las pocas personas que puede leer mi pensamiento con solo mirarme, y me hace sentir tan segura que ni siquiera encuentro la necesidad de preguntarle a dónde vamos, porque sé que si él está conmigo nada malo puede pasarme.
Puedo escuchar levemente el sonido de los tambores, nos dirigimos hacia el centro. Cada vez se escuchan más y más fuerte acompañados de esa fabulosa música, y yo no puedo esperar. Aparcamos la moto, cojo su mano y nos perdemos entre la gente.  Conseguimos llegar a primera fila y el trono hace una parada delante de nosotros. Mientras me santiguo escucho la saeta que le dedican. Me emociono. El sentimiento que se palpa en el ambiente es indescriptible. Es la Semana Santa de Málaga, y pienso que no la cambiaría por nada.

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